EL FANTASMA CIDIANO
Cascos, cruces, escudos y espadas de toda la corte celestial de dioses, reyes, semidioses marqueses, generales dictadores, cides campeadores que supieron dar chasco a las naciones que subyugaron o conquistaron se encuentran clavados en una alpaca de paja a los pies de la Catedral de Burgos en su VIII Centenario, haciéndoos recordar lo que vale una lanzada o un tiro en la nuca o por la espalda dado a tiempo.
Esta vez, gracias al Cid en su máscara, vestido de monje o bruja, tocando una pandereta o tambor hecho de piel de vejiga de cerdo o de cordero, tocando y riendo repetía: “Que, después de tantas conquistas y reconquistas, patíbulos, paredones, cunetas y loberas, lapidaciones, garrote vil o silla eléctrica, tan sólo hemos conseguido chuparnos el dedo o la polla, como hace el Can o el Asno, que son los que perduran.
Tengo mis barruntos que, en la nota que hay en el suelo junto a la alpaca, se encuentra escrito el lance que fue causa, y sigue siéndolo, de aquel odio tan descomunal y fiero que tuvieron los castellanos contra los moros y judíos. Lo veo y lo presiento en la sonrisa de la máscara del Cid.
Tanto ardor se emplea en las contiendas, tanto esfuerzo, que al fin la suerte hace que queden en el combate casi todos muertos, quedando siempre vivos sacerdotes hipócritas, generales embusteros, políticos obscenos, que su bien le fundan solamente en engañar y robar al pueblo.
Con el beneplácito de la máscara, cojo la nota y leo:
“A Barba Muerta, Poca Vergüenza.
El Cid ha muerto. Los que le tienen respeto, hablan bien de él. Los que le tienen temor, hablan contra él. Y todos atacan o veneran a sus hijos y su viuda.
Embalsamado, vestido y sentado en su escaño del Monasterio de San Pedro de Cardeña, un día que se celebraba una gran fiesta cidiana, quedando sólo él, y todos, monjes y feligreses, fuera de la iglesia tirando cohetes, un judío y un moro que llegaron hasta él, mirándole, y viendo que no se movía, con sarcasmo le dijeron:
-A tu barba nos acercamos, valiente campeador, a ver qué nos haces ahora.
Entonces el Cid se movió en su escaño, echando mano al hábito cisterciense, abriéndole y sacando un palmo de su polla, al estilo como hacía sacando su espada Tizona en combate. El judío y el moro se espantaron, cayendo en tierra, quedando como muertos. Cuando la gente y los monjes volvieron a entrar en la iglesia y les encontraron así, les echaron a patadas, no sin antes echarles cántaros de agua bendita sobre sus cabezas para que despertaran.
Esta es una historia verídica del cristianismo.
Los monjes y los señores feudales tienen absoluta y entera jurisdicción sobre los vasallos para castigar, absolver y perdonar como reyes.”
¡Qué bribones ¡
-Daniel de Culla